UN POCO DE HISTORIA
San Fermín
Nacido en Pamplona, hijo, según parece, de
Firmo, alto funcionario de la administración romana, llegó a ser obispo
de esta ciudad, que le venera como Patrón. Extendiendo su predicación a
las Galias, muere mártir de su fe, probablemente hacia la mitad del
siglo III. Fiesta: 7 de julio.
«Siete de julio». Cada año por esta fecha,
Pamplona respira alegría. Sus calles se llenan de color y bravura. Sus
templos rebosan fe y amor: es el día de su Patrón, y los pamploneses,
agradecidos, van superándose de año en año en la celebración de su
fiesta. Pamplona no podrá olvidar nunca a su hijo preclaro que fue el
primer obispo de la naciente cristiandad de la entonces llamada
Pompelon: tiene un don demasiado grande que agradecerle, su fe, que hoy
es ya esencia del alma navarra.
Cuando Fermín vino al mundo, aún no había
cristianos en Navarra. Y Pompelon —punto de confluencia en el trazado de
las vías romanas que atravesaban el país— no era una excepción. Entre
los habitantes de la pequeña unidad urbana, se encontraban los padres de
Fermín —Firmo y Eugenia— que pertenecían a la aristocracia romana que
llevaba la administración de la ciudad. La leyenda nos presenta a estos
esposos llenos de un profundo espíritu religioso, que, aunque paganos,
ofrecían sus dones a los dioses teniendo puesta en ellos su fe. Un día,
al dirigirse al templo de Júpiter, para ofrecer sacrificios, se
detuvieron a escuchar a un extranjero que estaba predicando la doctrina
de un Dios llamado Cristo. Interesados en las verdades que exponía,
Firmo y Eugenia le invitaron a su hogar, donde el presbítero Honesto vio
por primera vez a aquel niño a quien más tarde prepararía para ser
santo. En la intimidad del hogar, las convincentes palabras de aquel
apóstol enviado por San Saturnino, obispo de Tolosa, conmovieron a toda
la familia de Firmo. Poco después vino el propio San Saturnino en
persona, que evangelizó en Navarra a más de cuarenta mil paganos, siendo
él quien bautizó a Fermín y a sus padres.
Vuelto San Saturnino a Tolosa, Honesto se
dedica con afán a formar al joven Fermín, cuya personalidad había
adivinado apenas le vio. A sus diez y ocho años consigue que hable en
público, y cause la admiración de todos. Parece que es entonces cuando
sus padres le envían a Tolosa, poniéndole bajo la dirección de Honorato,
obispo y sucesor de Saturnino. Éste le ordena presbítero y más adelante
le consagra obispo de Pompelon, su ciudad natal.
El celo evangélico de Fermín en su tierra
navarra corre parejas con el de San Saturnino. No es estéril su labor, y
el infatigable misionar del joven prelado por poblaciones y aldeas de
su tierra las transforma de paganas en cristianas. Pero su espíritu
apostólico necesita ampliar horizontes, y por esto, después de ordenar
los presbíteros suficientes para el cuidado de su grey, marcha a las
Galias, donde era necesario todo el entusiasmo de su alma ardiente para
afrontar las penalidades de la persecución que se estaba allí
desplegando. Sin importarle el peligro que ello representaba para su
vida, no cesa de dar conocimiento de Cristo. Primero Beauvais, luego la
Picardía y finalmente los Países Bajos, oyen la palabra ardiente de
Fermín, que en Amiens consigue la palma del martirio, al serle cortada
la cabeza en la misma cárcel, a consecuencia de su infatigable
predicación de la fe cristiana a todos.
Poco más puede determinarse de la vida de
San Fermín, pues la leyenda con que los pueblos quieren ensalzar a sus
Santos, hace difícil conocer con más precisión la figura histórica del
gran obispo misionero. Pero queda patente su vigor apostólico y su
elocuencia que le llevó a dar testimonio de Cristo dondequiera que
fuese, hasta hacerse santo por su fidelidad a la llamada de Jesucristo,
que le llevó a sellar con su sangre la fe que predicaba.
¡¡¡¡AUPA SAN FERMIN !!!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario